Un día de mediados de Julio de 1789, los habitantes de Königsberg comprobaron con verdadero estupor que el profesor Kant había suspendido su inevitable paseo de cinco a seis. No podía ser que todos los relojes se hubiesen puesto de acuerdo para atrasar cinco minutos, diez minutos y hasta una hora. Por otra parte el filósofo no había tenido ningún accidente, pues sus alumnos de la universidad y sus invitados juraron y volvieron a jurar que había dado sus clases de la mañana con total normalidad, había comido a la hora precisa con buen apetito y abundancia de chistes, y en una palabra gozaba de excelente salud.
Antes de declarar a la ciudad zona catastrófica, sus fuerzas vivas decidieron visitar el domicilio de Kant. Lampe les abrió la puerta, les comunicó que su señor estaba en su cuarto de estudio, meditando como todos los días, que no tenía ningún acreedor, y que en cuanto a su conducta en apariencia extravagante, les pedía disculpas por ella y les aseguraba que no volvería a repetirse, ni calculaba que volviese a haber en el mundo otra circunstancia que la justificase. Todos se retiraron a sus casas, más tranquilos desde luego, pero también más perplejos que a su llegada.
Mientras tanto Kant había extendido sobre su mesa un periódico, fechado en París el 14 de Julio y a su lado tenía el Tratado sobre el gobierno civil de Locke, los Ensayos políticos de Hume, el Espíritu de las leyes de Montesquieu y en fin la historia de la independencia de las Provincias Unidas y la Constitución de la confederación de Norteamérica. Estaba decidido a que sus alumnos, primero que nadie, se enterasen de la gran noticia y de su preparación durante un siglo en todos los países civilizados.
—Señores –dijo Kant al día siguiente a los oyentes, que asistían a su clase de las siete de la mañana– debo darles razón de mi desaparición en la tarde de ayer, y espero me perdonen esta extravagancia, que sin duda habrá desbaratado el régimen de vida de toda la población de Königsberg. Por una vez he tenido que desviarme de mi camino habitual para comprar los diarios que acababan de llegar de París y comunicaban que el pueblo ha asaltado la prisión de la Bastilla, poniendo fin a siglos de despotismo. No hagan ese desagradable sonido con las manos y déjenme seguir la exposición de los hechos y las ideas que han tenido este final feliz.
Fte:http://www.nodulo.org/ec/2004/n032p08.htm
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